Los lazos que te unen a un lugar son vínculos indisolubles. La tierra te llama. Puedes nacer a miles de kilómetros de distancia. Da igual. Esos lazos están ahí. Son invisibles pero se sienten. Se llevan muy adentro. Eso si, saltan a la superficie cuando nadie les llama. Al cerrar los ojos y recordar tu infancia. Cuando te cruzas con alguien por la calle y su colonia, esa colonia, huele a momentos que pasaron pero que nunca se fueron. Los recuerdos huelen. Huelen al café de las mañanas en aquella casa que ahora recuerdas de una manera tal vez idealizada. Huelen a mar. A montañas. Huelen a juegos de niños, a juguetes, a parques y a caramelos. Esos recuerdos conforman los lazos. Los lazos que llamaron a Oyana cuando decidió que si, que se casaba con Vic. Esos mismos lazos les trajeron a Donostia, a su tierra, a sus recuerdos, a sus antepasados. El hotel María Cristina, la Basílica de Santa María del Coro o el Restaurante Mirador de Ulia crearon nuevos lazos de unión. Unión de familiares y amigos de distancias tan alejadas entre si como son Liverpool y Donostia. Miles de kilómetros unidos por un pequeño gran lazo. En este caso el lazo del amor. Si, el final ha quedado un poco cursi. Pero no por ello es menos cierto.
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Instante

Instante. Instante es según la RAE una porción brevísima de tiempo. Pues no podemos estar más en desacuerdo con la Academia de la Lengua. Hablemos de una fotografía. Capta un instante que dura toda la vida. Tal vez parezca una contradicción y tal vez lo sea. Pero a parte de que me gusta llevar la contraria, no es menos cierto que cuando hablamos de fotografía hablamos de instantes que perduran. Ese «click» guarda una mirada, un beso, una sonrisa. Cualquier gesto. Queda congelado para que no se pierda, para que no se estropee. Para que, cuando los años pasen y los recuerdos comiencen a desenfocarse, cuando las evocaciones comiencen a disiparse entre montañas de vivencias más recientes, podamos mirar esa fotografía y que ese momento concreto cobre vida, ese instante congelado tenga movimiento. Cerraremos los ojos y volveremos a escuchar a nuestros amigos y familiares, tal vez intentemos dirigirnos a ellos con el esperanza de que nos oigan. Volveremos a sentir aquella brisa al atardecer en Bodega Otazu , notaremos el tacto de aquellos abrazos y la humedad de aquellas lágrimas. Sabiendo que esa magia desaparecerá cuando abramos los ojos, disfrutaremos del momento. Por eso es tan importante una fotografía. Por eso, porque es un instante que dura toda una vida.
Fotografía: Gorka Alaba
Fotografía: Arantxa Egüés














Es curioso
Es curioso. Nos pasa en la mayoría de las ocasiones. Recibimos un correo o una llamada preguntando por nuestros trabajos. En lo que respecta al correo, respondemos amablemente a la solicitud, como no podía ser de otra forma. A partir de esta respuesta, comienza el proceso de entrevistas, presupuestos y contratos. Esto, lógicamente, de curioso tiene poco. Lo que nos parece curioso es la llamada telefónica. La primera conversación nos llama la atención. Al otro lado nos encontramos generalmente con una voz que duda. Quiere explicar que desea pero no encuentra las palabras. La mayoría de las veces es una voz nerviosa, temblorosa. Nos dice que se casa (generalmente olvidan decirnos fecha y lugar), que le gustan nuestros trabajos, pero que no saben como se hace esto, como empezar. Y lo mas fuerte de todo, nos tratan de usted. Si, de usted. A nosotros. Que a pesar de las canas, de las arrugas y de las ojeras somos un par de jovenzuelos. Todo esto queda superado cuando llega el momento de la primera entrevista. Una vez nos conocen, lo de «usted» se queda en la percha de la oficina. Pasamos a ser Gorka y Diego. Nos tuteamos mientras vamos ganando confianza. Nos mostramos tal y como somos. Dos tíos encantados de hacer el trabajo que hacemos. Me gustaría decir que somos dos tíos atractivos, pero mentir está muy feo.
Boda medieval
Siempre hace ilusión trabajar en una boda diferente. Una boda medieval. Tengo que reconocer que cuando Sergio y Nerea me comentaron la idea hace casi un año, me vinieron a la mente imágenes desde «Braveheart» a «Robin Hood», pasando por «Ivanhoe», «Robin y Maryam», «Excalibur» o «Los Caballeros de la Mesa Cuadrada». Me imágine castillos, capas y coronas, arcos y flechas, espadas y música. Mucha música. Todo esto se hizo realidad este pasado sábado. El Parador de Olite fue testigo de esta celebración a la sombre del castillo. Sombra muy demanda por cierto. El sol se comportó de manera ejemplar.
Sergio y Nerea se prometieron amor eterno encendiendo una vela, una vela que será símbolo de su uníon, una llama que debe mantenerse viva a pesar de los vientos y tempestades que la vida traerá para apagarla. Una vida que prometieron compartir delante de amigos y familiares. Y con nosotros de testigos. Nosotros y el castillo. Testigo mudo pero testigo al fin y al cabo.
La fiesta contó también con una invitada muy especial, una bailarina de danza del vientre, que se empeñó y consiguió hacer bailar a Sergio, aunque lo de bailar es muy discutible. Pero lo intentó, lo disfrutó e hizo disfrutar a todos los invitados.
La madera de actor de Sergio salió a relucir, enfrentándose a un público, seamos sinceros, entregado desde el principio. A punto estuve yo de arrancarme también, pero supuse que el sonido de mis caderas al crujir podría resultar molesto para los invitados. Pero a la próxima oportunidad me lanzo.
Regreso

Regreso. Según la RAE significa acción de regresar. Según Pixelart, significa lo mismo. Así que una vez comprobado que la Real Academia Española tiene la misma opinión que nosotros en cuanto al significado de dicha palabra, nos dispusimos a ponerla en práctica. Ane y Fran querían regresar al lugar de los hechos. A las Bodegas Otazu. Ese magnífico lugar fue testigo a finales de Junio de su boda. La idea era magnífica. Recorrer todos los puntos claves de aquel día en una sesión postboda diferente. Sentarse en los mismos lugares, recorrer los mismos caminos y brindar con las mismas copas. Todo con un único fin. Cerrar los ojos y revivir todos y cada uno de los momentos de aquel día desde el presente. La tarde se nos fue en un suspiro, de la misma forma que se nos marchó, a nosotros, pero sobre todo a ellos aquel día. Algo parecido hizo Marty_McFly sólo que con un DeLorean. Pero esa es otra historia.