Los lazos que te unen a un lugar son vínculos indisolubles. La tierra te llama. Puedes nacer a miles de kilómetros de distancia. Da igual. Esos lazos están ahí. Son invisibles pero se sienten. Se llevan muy adentro. Eso si, saltan a la superficie cuando nadie les llama. Al cerrar los ojos y recordar tu infancia. Cuando te cruzas con alguien por la calle y su colonia, esa colonia, huele a momentos que pasaron pero que nunca se fueron. Los recuerdos huelen. Huelen al café de las mañanas en aquella casa que ahora recuerdas de una manera tal vez idealizada. Huelen a mar. A montañas. Huelen a juegos de niños, a juguetes, a parques y a caramelos. Esos recuerdos conforman los lazos. Los lazos que llamaron a Oyana cuando decidió que si, que se casaba con Vic. Esos mismos lazos les trajeron a Donostia, a su tierra, a sus recuerdos, a sus antepasados. El hotel María Cristina, la Basílica de Santa María del Coro o el Restaurante Mirador de Ulia crearon nuevos lazos de unión. Unión de familiares y amigos de distancias tan alejadas entre si como son Liverpool y Donostia. Miles de kilómetros unidos por un pequeño gran lazo. En este caso el lazo del amor. Si, el final ha quedado un poco cursi. Pero no por ello es menos cierto.