Un hilo de luz. No hace falta más para lograr una fotografía. Lo importante es encontrar ese momento y ese lugar preciso. Son muchas las veces que miras, buscas, observas. Son tantas como las ocasiones en que te detienes a pensar, a analizar y calcular si esta luz me conviene o no. Si aquella sombra es mas conveniente, si ese fondo de contenedores es un horror o que a lo mejor, si esperas cinco minutos, ese coche aparcado detrás se marchará y dejará visible esa preciosa pared de piedra. Son tantas las situaciones en las que te ves bloqueado, días en los que la inspiración se ha cogido días de asuntos propios o que parece que tu cerebro está tan seco como una esponja en el desierto. Tienes a la novia delante y sin embargo no la ves. El novio espera esa foto increíble y tu miras al cielo pidiendo ayuda. A quien no le habrá pasado estar con una pareja dándole conversación mientras piensas en que se te tiene que ocurrir algo con urgencia. Tarareas esa música que te inspira, recuerdas aquel día que las fotos parecían salir solas e incluso te acuerdas de tu hija. De Irati. De aquel fin de semana en la playa que cogió la cámara y se puso a hacer fotos como cualquier niño. A lo que salga. Y lo que salió. Una foto de esas de premio. Y hoy a ti no te sale nada. Hoy es ese día. Hasta que de repente, por una abertura entra ese rayo de luz que se coloca en el rostro de Amaia. Ese momento mágico en el que ves la fotografía sin haber encendido la cámara. Ese instante. Ahí está. Se hizo la luz.