Zamora. Agosto. 37 grados. Cinco horas de viaje y allí nos plantamos. Pero oye, cuando llegas a un lugar así pues como que el tiempo al volante se esfuma en un pestañeo. Además, muchas veces, necesitamos un soplido de aire fresco, de novedad. Porque a nuestra Navarra bonita la amamos mucho, ¿eh? Pero una escapada a algún rincón desconocido nos llena la retina de nuevas perspectivas y paisajes.
El viernes, las protagonistas fueron las paellas con las que los novios dieron la bienvenida a sus invitados en el lago de Sanabria. Allí, entre chapoteos y vinos, fueron animando la fiesta mientras recordaban aquellos maravillosos años en los que las mayores preocupaciones consistían en averiguar quién tenía el cromo que a ti te faltaba para el álbum. La nostalgia y el alcohol son compañeros fieles y claro, alguno tomó demasiado de los dos y debió de volver a casa justo para la ceremonia. Pero claro, esa es otra historia.
El día «B» amaneció glorioso. La mañana transcurrió ajetreada, los nervios ya se subían por las paredes de los dormitorios y la ilusión se palpaba en cada paso. La entrada de Jennifer fue increíble. No fue dentro de un descapotable, ni un coche clásico. Un tractor se abrió paso en medio del campo y allí estaba ella: feliz y auténtica.
Jennifer y Rubén se dieron el «Sí, quiero» en el campo de Limianos de Sanabria, decorado todo por el mismo pueblo, por toda esa gente que ha pasado de verte correteando entre gallinas a comprometerte con tu persona favorita. Qué bonito cuando el lugar de tu boda era tu patio de recreo.
Cuando el sol cansado de tantas emociones, caía muerto, comenzó la fiesta. Bueno en realidad, todo el fin de semana fue una fiesta continua. Música en directo, bailes, baños intempestivos, carcajadas constantes…
Aquello fue la postal perfecta para recordar el verano.